Carlos Raggi Figueroa, “Nunca olvidemos el costo real del poder”.

En julio de 1945, un grupo de niñas de 13 años fue de campamento en Ruidoso, Nuevo México. Se bañaban alegremente en un río, sin saber que a pocos kilómetros, se acababa de detonar la primera bomba atómica del mundo: la prueba Trinity del Proyecto Manhattan.

La chica que aparece al frente en la foto se llamaba Barbara Kent. Años después, contó lo que vivieron ese día:

“De repente, una nube enorme apareció sobre nosotras. El cielo se iluminó de manera extraña, tanto que dolía mirarlo. Pensamos que era el sol, pero gigante.”

Unas horas más tarde, empezaron a caer del cielo unos copos blancos. Las niñas, emocionadas, pensaron que era nieve.

Se pusieron sus trajes de baño y jugaron en el río, riendo mientras se untaban “la nieve” en la cara.

“Lo raro era que no estaba fría, sino caliente. Pero teníamos 13 años… y era verano.”

Esos copos no eran nieve.

Eran residuos radiactivos.

A 64 km de allí, a las 5:29 a. m., había explotado la bomba. Nadie del pueblo fue advertido. Nadie fue evacuado. Ni antes, ni después. Y la lluvia radiactiva cayó durante días…

Todas las niñas de esa foto desarrollaron cáncer.

Todas murieron antes de cumplir 30 años.

Salvo Barbara Kent, que logró vivir más… aunque sobrevivió a varios tipos de cáncer.

Y no fue el único caso.

En Australia, en Maralinga, se hicieron otras pruebas nucleares.

¿Y cuántos aborígenes murieron de cáncer sin que el mundo siquiera lo registrara?

Incluso algunos científicos del Proyecto Manhattan, como Dapo Michaels, al entender el daño que habían causado, cayeron en la culpa y la desesperación. Dapo fue internado en un hospital psiquiátrico… y murió atormentado por la vergüenza.

La bomba no solo mató en Hiroshima y Nagasaki.

También mató silenciosamente en los desiertos de América.

En cuerpos que jugaban. En niñas que solo querían sentir la vida.

Siempre se muestran los “héroes” que hicieron la bomba atómica y se hace hincapié de quiénes las lanzaron. 

Las víctimas de la nueva era de las guerras no sólo asesinaron ciudades enteras, sinó también inocentes cómo el ejemplo. Asi las potencias muestran la cara B de sus mandatos, que no trepidan en matar miles de inocentes, no involucrados en la contienda, pero que para el poder son víctimas colaterales.

“Nunca olvidemos el costo real del poder”.

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